Existen pocas verdades absolutas en el mundo, y responder a la pregunta “¿Por qué enfermamos?” no es una de ellas. La medicina occidental centra toda su atención en el cuerpo, desatendiendo factores mucho más sutiles como la mente, las emociones y el sentido profundo de la vida.
Evidentemente hay muchos motivos por los que podemos enfermar, sin embargo, si echamos la vista un poco más allá de los motivos superficiales con los que la medicina clásica explica la enfermedad y la curación, nos encontramos con filosofías que existen desde hace miles de años y que explican la salud y la enfermedad a partir de preceptos mucho más interesantes.
La medicina clásica asegura que enfermamos porque algo falla en nuestro cuerpo, es decir, le da una explicación racional y fisiológica. Este tipo de análisis lógico, propio del hemisferio izquierdo, es lo que prima en nuestra sociedad… todo se explica a través de la ciencia.
Obviamente, hay muchos factores dentro de esta visión que pueden afectar a la salud de nuestro organismo: estilo de vida, tóxicos, industrialización excesiva, mala alimentación, herencia genética, etc.
Pero, como decíamos antes, no hay verdades absolutas (mucho menos en el mundo de la razón y la lógica) y son miles los factores involucrados y, por lo tanto, compleja la solución.
Además, la forma en que la medicina clásica aborda el organismo (por partes) dificulta todavía más la curación, pues el organismo es un TODO inseparable y debe funcionar como una orquesta en perfecta armonía. Por mucho que afinemos los violines, si la percusión pierde el ritmo, toda la orquesta falla.
Esto no quiere decir, ni mucho menos, que si te enfermas, no acudas a la consulta médica o incluso que sigas un tratamiento farmacológico (toda ayuda es poca). Pero sí es interesante que, además de procurarte soluciones fisiológicas, te proporciones también la posibilidad de trabajar con energías y tratamientos de naturaleza más sutil.
En occidente prima la ciencia. Todo lo que el ojo no pueda ver, no existe; todo lo que la ciencia no pueda explicar, no existe… qué visión tan pobre, pues reducimos la existencia del universo y todo lo que en él ocurre al ojo humano, a la mente humana. Somos tan increíblemente arrogantes que pensamos que todo aquello que el ser humano no puede comprender, simplemente no existe.
Teniendo en cuenta que el paradigma científico actual (la física cuántica) acaba de descubrir aquello que ya decían los rishis hindúes hace más de 5.000 años, no es como para fiarse mucho. Es decir, llevamos 5.000 años de retraso con respecto a aquellos que durante siglos y siglos hemos considerado subdesarrollados.
Las filosofías orientales (especialmente el hinduismo, cuna de otras filosofías chinas y japonesas) no necesitaron de laboratorios ni complejos sistemas tecnológicos para darse cuenta de la explicación del universo o de la realidad… lo hicieron mirando hacia adentro y atendiendo, no a las formas externas, sino a las energías y formas más sutiles.
Por todo ello, la medicina oriental utiliza plantas y fármacos naturales para favorecer el funcionamiento fisiológico, pero sobre todo, procura corregir los desequilibrios más sutiles… los de la mente y el alma.
Volvamos a la metáfora de la orquesta para comprenderlo mejor. Imagina que la salud es el sonido de una filarmónica. Para que sea bella y suene como debe sonar, hay varios factores que influyen de forma determinante:
El cuerpo serían los músicos y los instrumentos, vientos, cuerdas, percusión, etc. Sin duda, es necesario mantenerlos afinados y cuidados, reparar los instrumentos dañados y darles a los músicos todo lo que necesitan para poder interpretar bien la sinfonía. En esta parte es en la que se centra la medicina occidental. Hay especialistas en reparar violines, guitarras, bombos y contrabajos y no le dan ninguna importancia a otros factores mucho más importantes que este. Puede que, a priori, te parezca que los músicos son lo más importante, pero no es así. Sigue leyendo.
La mente es la directora de orquesta. Da igual cuán afinados estén los instrumentos o cuán magistrales sean los músicos. Si la directora de orquesta sufre paranoia y donde hay instrumentos cree ver fantasmas, difícilmente podrá dirigir a los músicos. Por suerte, parece que la medicina occidental está empezando a dar credibilidad a este factor (se sabe que cerca del 75% de las enfermedades tienen un origen psicosomático, es decir, están producidas por desajustes emocionales). Aún así, la mente no es lo más importante.
El alma es la sinfonía, la obra que debemos ejecutar. ¿Te imaginas cómo vamos a interpretar una melodía si no la conocemos? ¿Cómo sonaría una sinfonía si los músicos no se la saben, por muy afinados que estén los instrumentos? ¿Cómo va a dirigir la orquesta alguien que no se sabe la partitura? La mayoría de las personas ejecutamos esta clase de obra… esforzándonos por mantener afinados los instrumentos, aprendiendo técnicas musicales complejas, pero guiados por una directora de orquesta con problemas mentales y sin sabernos la partitura, es decir, sin tener ni idea de qué va esto.
Para recuperar la salud, al menos de forma duradera y a largo plazo, es necesario aprender la partitura, sabernos las notas, comprender por qué y para qué estamos aquí y eso tiene que ver con sanar el alma.
Desde luego, tomar las medidas necesarias a nivel fisiológico es importante, comer bien, procurarnos una vida saludable, hacer ejercicio, tomar los fármacos que nos indica la medicina clásica (sobre todo si se trata de una enfermedad grave, porque estos pueden marcar, de momento, la diferencia entre vivir o morir). Pero si solo prestamos atención a esto, tarde o temprano la enfermedad aparecerá otra vez, quizá de otra forma, quizá en otro lugar, pero aparecerá.
Las cosas son como son, al margen de nuestros deseos. No podemos controlar el mundo ni muchas de las cosas que nos ocurren, pero lo que sí podemos controlar es la forma en que lo gestionamos.
Podemos observar la enfermedad como un castigo del destino o como un regalo, como una oportunidad maravillosa para cambiar lo que, en el fondo de mi corazón, sé que debo cambiar.
Tras mis años de experiencia, cada vez me convenzo más de que todas las enfermedades se originan (y se curan) aquí, en el espacio del alma, en lo más sutil, en nuestra concepción del mundo y de nuestra propia existencia.
¿Cómo enfermamos? Pues siendo lo que no queremos ser, llevando una vida que, en verdad, no queremos llevar (y que nos asusta reconocer), haciendo cosas que en verdad no queremos hacer, pretendiendo (con base a lo que nos han enseñado) ser personas que en realidad no somos, no dándonos el permiso de mostrarnos al mundo tal y como somos, con nuestras luces y sombras, no aceptándonos, no perdonándonos, pretendiendo siempre ser superhéroes que lo hacen (o deben hacer) todo bien, pero sin rumbo, sin entender por qué y para qué estoy aquí, sin buscarle un sentido profundo a nuestra vida. En este conflicto tan profundo e inconsciente es donde se originan las enfermedades.
Normalmente, cuando estamos aparentemente sanos fisiológicamente, ponemos el piloto automático y seguimos con nuestra vida, desatendiendo estas cuestiones tan importantes y, de forma inconsciente, seguimos sufriendo sin ni siquiera ser conscientes de ello. Imagina que tienes un ataque de histeria y te pones a gritar enloquecidamente (así vivimos, en modo histeria inconsciente)… entonces, tu madre, que te quiere, intenta calmarte con sutiles mensajes, pero tú sigues histérica. Al final, tu madre te da un bofetón, no para hacerte daño, sino para parar la histeria. El bofetón te trae de vuelta al momento presente, te hace “despertar” y salir del modo automático. Así hace la vida con nosotros.
Te va dando mensajes, señales, pero si te empeñas en desoírlas, al final te cae un bofetón en forma de enfermedad, la muerte de un ser querido, o la demolición de todos tus pilares a la vez. Entiende que no es un castigo, es la mejor forma de traerte al presente, de hacerte salir de la histeria automática. Aprovecha esta oportunidad para replanteártelo todo…. ¿Quien eres? ¿Qué clase de vida estás llevando? ¿Qué cambios has estado posponiendo y llegó la hora de ejecutar?