La Osteopatía forma parte del grupo más amplio de Medicinas Tradicionales, Alternativas, Complementarias, junto con otras disciplinas.
Fue creada por Andrew Taylor Still, ingeniero, médico y cirujano, en Estados Unidos a mediados de 1880, quien fundó la primera escuela independiente de Osteopatía en 1892. Será su formación como ingeniero la que de manera primordial le abrirá paso a su fecundo y original punto de vista. Son casi incontables las veces que en sus libros, dirigidos en especial a los estudiantes de osteopatía, les dirá: “miren el cuerpo con los ojos del ingeniero mecánico”. La Osteopatía es una terapia manual. El osteópata sólo utiliza sus manos, para diagnosticar y para tratar. No se utilizan aparatos, no se prescriben medicamentos. Y con sus manos entrenadas interroga los tejidos y las estructurales corporales, en lo que respecta a posición y movilidad.
¿De qué estructuras estamos hablando?, pues de la diversidad de todas ellas: óseas, musculares, fasciales, viscerales, vasculares, nerviosas.
La Osteopatía es además una terapia global. Dos grandes leyes resumen el núcleo de la filosofía y de la práctica de Still: El cuerpo es una unidad y la vida es movimiento. Por el carácter holístico de su intervención, el síntoma, que la mayoría de las veces es el motivo por el que se acude a la consulta, es un punto de partida, de ninguna forma el objeto central y a priori de la intervención y como si se estuviera ante la punta de un iceberg, interesará buscar la proyección bastante más extendida, debajo de su evidente y visible figura de superficie. Porque otra manera de definir esta búsqueda es: interesan las causas, no los efectos, sabiendo que las causas pueden guardar relaciones alejadas –espacial y temporalmente- y por lo tanto, inesperadas con el síntoma.
Ejemplo: María, tiene 62 años, cuando recurre a la primera consulta y manifiesta que desde hace 4 años sufre de inestabilidad cuando camina, pierde el equilibrio, se ha caído en numerosas ocasiones. Se la ve acercarse al consultorio, extendiendo sus brazos hacia las paredes, y la inseguridad al caminar es evidente. La acompaña su hija, porque sola, trata de no salir a la calle. La primera sesión suele extenderse, en ella se confecciona la historia clínica osteopática. Una entrevista exhaustiva que rodea al puntual motivo de consulta para construir un mapa acerca del recurso de salud completo del consultante. Se registran antecedentes de enfermedades, traumas, accidentes, intervenciones quirúrgicas, salud bucal, enfermedades recurrentes, incluso infantiles, como nació, si ha tenido hijos, medicación actual, etc.
¿Por qué? Porque al trabajar con un abordaje global, los cuerpos tienen una historia, que comienza por lo menos desde su gestación en el vientre materno, e incluso antes. Y los tejidos guardan la memoria de esa historia. No es nada extraordinario, encontrar una disfunción osteopática pulmonar, y en la anamnesis registrar que el paciente sufrió una neumonía cuando era niño. Y en lo que respecta al motivo de consulta, en este caso, el síntoma, será oportuno indagar, de distintas formas, (porque el paso del tiempo desdibuja el contexto en el que surgió) para identificar una secuencia de sucesión o simultaneidad en torno a él.
En el caso de María, esta búsqueda abre una hipótesis interesante, cuando dice sorprendiéndose, que en el momento en que comenzó la pérdida del equilibrio, le habían colocado unas prótesis nuevas, en ambos maxilares, superior e inferior. Este es un dato importante, desde que sabemos que una alteración en la oclusión, o una intervención en la oclusión no del todo bien ajustada a las capacidades de adaptación y de compensación del paciente, pueden alterar la base de cráneo y por ello dar lugar, a un síntoma como el que sufre María. El sistema vestibular (que controla la función del equilibrio) se dispone dentro de los huesos temporales, y a su vez: frontal, etmoides, esfenoides, temporales y occipital, conforman lo que se llama base de cráneo, el suelo del encéfalo humano. Los receptores del sentido del equilibrio se encuentran paralelos a la base de cráneo.
Sospecha reforzada por la información que provee la placa radiográfica de columna cervical que trae la paciente, que muestra una inclinación en la base del cráneo. Con estos elementos, llegamos a la instancia “soberana” en esta disciplina, que es la palpación, a través de la cual el terapeuta aborda el cuerpo del consultante. Aunque la anamnesis haya aportado datos preciosos, y los estudios por imágenes los alienten, la palpación determina las estructuras que requieren tratamiento.
Se encuentran, las mayores restricciones de movilidad en estructuras de cráneo y cara. Todos (y son numerosos) los testeos palpatorios muestran que el punto de partida de la intervención debe concentrarse en estructuras craneales y maxila-faciales. Y que además, son estas mismas estructuras las que mejoran la movilidad o “liberan” restricciones halladas en otras regiones corporales. Se trabajó la base de cráneo que presentaba compactación y otras disfunciones craneales, y los huesos de la cara, en particular los maxilares superiores, y el izquierdo con fijación en rotación interna.
Conclusión:Se le sugirió que realizara una consulta con el odontólogo y protesista, dado que podría haber un problema con las prótesis. María, concurrió en dos ocasiones más a la consulta, estaba contenta dado que en los 3 meses de tratamiento recuperó fuerza en las piernas y una marcha más estable. Las prótesis requerían efectivamente una corrección.
Carolina E. Couto