Edward Bach fue un médico inglés que investigó entre los años 1928 y 1936 las propiedades de 38 flores de la campiña inglesa aplicables a distintos problemas emocionales. Estas esencias son sustancias naturales que no se mueven en el ámbito de los efectos químicos y que se preparan por infusión solar de flores de distintas plantas en agua de manantial. Así cada esencia incorpora el mensaje sanador y las capacidades de curación, a nivel físico, mental y emocional de cada flor específica. Por ello el doctor Bach instó a “un uso terapéutico de las flores que reaviva una conexión con los hombres y mujeres con la naturaleza que es viva y que está cargada de alma, y que, al mismo tiempo, tiende un puente hacia los reinos de la ciencia médica y de la psicología contemporánea”.
Cada una de las esencias toca a un aspecto de nuestra personalidad, animándolo a recobrar el equilibrio perdido, y es desde ese mismo lugar que la persona busca reencontrar de forma natural y espontánea su estado de salud original.
La terapia con esencias de flores entiende y postula que toda enfermedad en el plano físico ha tenido previamente una manifestación en el plano mental o en el plano emocional, y si ese desequilibrio no se atiende, el conflicto pasa a materializarse en el plano físico en forma de enfermedad. Por tanto no tratamos la patología física en sí misma, sino aquel conflicto que la causó en origen, atendiendo así a la persona como un todo integrado, como un conjunto, en el que mente, emoción y cuerpo no están contemplados como partes disociadas sino unificadas en una compleja totalidad.
Esta terapia floral parte de la idea de que los desequilibrios emocionales son el origen de la enfermedades físicas y mentales, por lo que promueve un método de tratamiento capaz de armonizarlos; disminuye la intensidad de padecimientos del ánimo, como el odio, y desarrolla la cualidad opuesta, por ejemplo, la tolerancia.
El Dr. Edward Bach (1886-1936), fue un pionero investigador médico. Estudió medicina en el hospital escuela de la Universidad de Londres y trabajó como bacteriólogo (bioquímico) durante la Primera Guerra Mundial. Ya por entonces se mostraba como un médico poco convencional para la época ya que, aunque su práctica era puramente médica ya empezaba a relacionar las patologías físicas con las emociones y la forma en que los pacientes vivían su historia personal. Más tarde estudió y trabajó como médico homeopático, pero en el año 1930, Bach dejó su próspera consulta en Londres y se marchó al campo, con la convicción interna de encontrar un nuevo método de curación hecho a partir de flores silvestres.
Ya por entonces sabía que si bien las enfermedades tenían unos síntomas específicos, las personas que las padecían curiosamente tenían formas de manifestar su personalidad parecida, así una persona rígida era muy común que sintiera su cuerpo contracturado, y era desde el trabajo floral que ahondaba ayudando a flexibilizar la mente, cuando veía realmente los resultados en el cuerpo físico, o personas con patologías de estómago que les costaba entender una situación “digerirla”, aceptarla… por poner algunos ejemplos.
Buscó una flor para cada emoción específica que encontró y dividió las 37 flores más un remedio cuyo origen fue el agua de manantial en 7 grupos diferentes que si bien trataban los mismos estados emocionales de fondo, su manifestación ante el mundo era de forma diferente.
Y, si bien desde muy antiguo se había recogido el rocío de las flores y se había utilizado su principio sanador, no fue hasta que Bach encontró otra forma de preparación y conservación de las flores que éstas pudieron encontrar un sitio dentro de cualquier terapia que entienda que mente y cuerpo es un todo que no puede disociarse.
Él creyó firmemente que si había temor había coraje, porque la dualidad forma parte de la vida, y con las flores descubrió que podía activar la emoción del coraje y que ella misma sería la encargada de apartar el miedo. Según sus palabras que definen claramente su apuesta de vida, “el odio puede que sea vencido por un odio mayor, pero tan sólo podrá ser sanado con amor”, esas palabras obedecían claramente a su posición de encontrar la virtud para sanar el defecto, sin taparlo, ni parchearlo sino haciendo que la esencia llegara hasta el fondo, hasta el momento último en el que la mente estaba en orden y sólo las experiencias de vida dolorosas habían desequilibrado esa armonía.
El doctor Bach fallece en 1936, con su trabajo terminado, en sólo 6 años había creado un sistema que con el tiempo encontraría el reconocimiento que se merece. En 1976 la Organización Mundial de la Salud (OMS), recomendó a sus estados miembros la aplicación de medicinas alternativas, entre ellas la Terapia Floral de Bach. Además, en 1983 publicó un estudio dirigido a las administraciones sanitarias sobre la medicina tradicional en donde recomienda explícitamente esta terapia.
Las esencias florales se prescriben de acuerdo a la persona, y no de forma genérica, y por tanto las combinaciones florales son específicas para cada persona en función de su historia, mediante una sesión terapéutica entre los 30 o 45 minutos, el terapeuta mediante la observación y la palabra va descubriendo aquellos aspectos dolorosos que no pudieron tratarse en su momento y que hoy se manifiestan en forma de conflicto emocional, mental o en enfermedad física.
El remedio se toma en forma de gotas, no interfieren en tratamientos químicos propios de la medicina convencional, y no son remedios sustitutivos de los fármacos sino, bien al contrario, ricamente complementarios.