26 Jan
26Jan

Sin una buena nutrición el sistema inmunológico no desempeña sus funciones correctamente, por ello es necesario que un paciente diagnosticado de cáncer tenga un correcto asesoramiento nutricional siempre. Esto ayudará a mejorar la evolución del tratamiento, disminuir los efectos adversos y mejorar la calidad de vida y el pronóstico.

Cuando un paciente es diagnosticado de cáncer siente que se enfrenta a un “gigante”; metafóricamente podríamos compararlo con una “invasión”, un asedio a su autonomía, tanto interna como externa. Su organismo experimenta cambios y siente que no puede controlarlos.

El equipo médico le da un tratamiento sobre el que tampoco tiene capacidad de decisión. Esto puede llevar a una sensación de desprotección y desaliento importante, a pesar de estar correctamente atendido y cuidado por sus médicos.

¿Por qué ocurre esto?, porque siente que él no puede hacer nada por su enfermedad. El asesoramiento nutricional y el trabajo en equipo con el paciente, ayuda a mejorar su fortaleza psíquica y emocional. Es un deber del sanitario informar a su paciente, ayudarle a aprender de su enfermedad y ofrecerle herramientas para mejorar su estado de salud general.

Si esto se hace correctamente, la persona que tiene la enfermedad empieza a sentir que “coge al toro por los cuernos”, que tiene capacidad de controlar ciertos aspectos de su salud y esto aumenta su fortaleza, tanto física como psíquica.

El sentimiento de empoderamiento es fundamental para mejorar la calidad de vida durante el proceso de curación. Me gusta la definición que hace la Organización Mundial de la Salud como “un proceso que conlleva alguna forma de acción auto-reflexiva que permita a las personas incrementar el control sobre su salud así como mejorarla”. Sin duda, la alimentación, además del equilibrio emocional, es la herramienta más poderosa que tiene el paciente en sus manos y favorece el autocuidado y la autoestima. 

Existen multitud de dietas que han sido utilizadas para el tratamiento del cáncer y muchas de ellas han demostrado ser beneficiosas (macrobiótica, cetogénica, crudivegana, vegetariana, mediterránea, etc.).

No obstante, el plan nutricional siempre tiene que ser individualizado. Hay pacientes que responden mejor a dietas vegetarianas y otros que necesitan un aporte mínimo de proteínas animales de calidad. Lo mismo ocurre con el consumo de grasas: aumentarlas a partir de fuentes saludables es una buena estrategia para evitar la pérdida de peso, pero algunos pacientes no lo toleran correctamente.

El plan nutricional tiene que tener en cuenta el estado de salud general, el tipo de cáncer, el estadio, el estado nutricional y la susceptibilidad metabólica y bioquímica del paciente.

Por poner un ejemplo, actualmente se está estudiando el efecto beneficioso que pueden tener las dietas cetogénicas en los pacientes con cáncer. Se trata de dietas que contienen un 80% de las calorías totales en forma de grasas y menos de un 15% de hidratos de carbono. Esto lleva al organismo a crear un estado metabólico de cetosis que puede resultar beneficioso para luchar contra el cáncer.

En animales, los estudios son bastante alentadores, pero todavía debe estudiarse más en humanos. En la práctica clínica estas dietas son muy complejas de seguir y tienen un gran impacto sobre la vida del paciente. Además no todos los organismos aceptan bien este tipo de dieta, por lo que toda estrategia nutricional debe adaptarse a la tolerancia individual.

El estudio de los beneficios de una correcta alimentación en el cáncer también se enfrenta a otro problema, el reduccionismo. Se centran en un nutriente en concreto o en una única estrategia nutricional, cuando son el conjunto de la dieta y los hábitos de vida lo que pueden generar verdaderos beneficios en el tratamiento. El problema es que realizar un estudio teniendo en cuenta todas las variables es difícil y no es mesurable.

Cuando existe un cáncer debemos de ser conscientes de que se compromete la actividad celular de manera general en nuestro cuerpo. La nutrición integrativa no se centra en una diana de células afectadas en nuestro cuerpo, sino que se trata de una actividad multifocal y que trata al individuo de manera global.

Las bases fundamentales para tener una alimentación terapéutica en el cáncer son las siguientes: que sea antiinflamatoria, natural y ecológica, alcalina, que favorezca los procesos de eliminación de toxinas del organismo, es decir que sea depurativa, y evite déficits nutricionales.

La inflamación crónica ha demostrado ser un factor importante en el desarrollo del tumor. Se ha probado que la mutación de genes clave de control inflamatorio está asociada con un riesgo más alto de progresión de cáncer y ciertos marcadores de inflamación están correlacionados con un peor pronóstico para los pacientes con cáncer.

Además, hay más de 150 estudios epidemiológicos que evidencian una correlación inversa entre la ingesta de antioxidantes y el riesgo de adquirir diversos tipos de tumores, por ello el consumo elevado de verduras y frutas será beneficioso durante el tratamiento.

Asimismo estos alimentos contienen fibra que favorece el correcto equilibrio de la flora intestinal y el tránsito. Un aspecto importante a tener en cuenta durante el tratamiento.

El balance calórico de la dieta y la correcta ingesta de proteínas es crucial debido a que las necesidades metabólicas están aumentadas. La desnutrición es un problema común entre los pacientes de cáncer que ha sido reconocida como un componente importante de los resultados adversos, que incluye un aumento en la morbilidad y la mortalidad y una disminución en la calidad de vida.

Se estima que el 80% de los pacientes con cáncer en fase avanzada experimenta el llamado “Síndrome de caquexia-anorexia” caracterizado por la pérdida de peso, falta de apetito, debilidad y que suele acompañarse con náuseas, anemia, sensación de saciedad y alteraciones del gusto y del olfato.

En la práctica médica se utilizan fórmulas hipercalóricas y enriquecidas para aumentar la densidad nutricional de la dieta. El problema es que estas formulaciones suelen ser ricas en azúcares, grasas saturadas y están elaboradas a base de lácteos principalmente.

Aunque supongan un aumento interesante de calorías, resultan difíciles de digerir, son inflamatorias y aportan grandes cantidades del principal combustible de la célula cancerosa, el azúcar. Mi recomendación es que se elaboren batidos hipercalóricos de forma casera a partir de fuentes naturales como son los frutos secos, el aceite de coco, cereales integrales, fruta fresca y proteínas vegetales en polvo de calidad como son la proteína de guisante, cáñamo o girasol.

La dieta del paciente con cáncer también debe estar diseñada para depurar el hígado, proteger el intestino y tener un sistema inmunológico más fuerte. 

  • Depurar el hígado: consumir licuados verdes cada día, incorporar infusiones de cardo mariano y boldo después de las comidas, preparar caldos de verdura depurativos y tomar verduras amargas como la alcachofa, el diente de león, las endivias o la achicoria.
  • Proteger el intestino: evitar el consumo de lácteos y gluten, consumir vegetales en todas las comidas para asegurar un correcto aporte de fibra, incorporar alimentos probióticos como el miso, el chucrut o el kéfir.
  • Aumentar las defensas: incorporar en la rutina alimentos antioxidantes como el acai, los frutos rojos, el té verde, la cúrcuma o el shitake. Evitar carencias de zinc (presente en pescados, algas, yema de huevo, levadura de cerveza, legumbres, setas) y hierro. Aumentar el consumo de grasas omega 3 (pescado azul de pequeño tamaño, lino, chía) y asegurar que los niveles de vitamina D3 están correctamente.

La elección de comida se resume básicamente en estas 8 pautas: 

  1. Consumir alimentos naturales, sin aditivos sintéticos y de producción ecológica.
  2. Comer grandes cantidades de vegetales, enfatizando la diversidad y la elección de vegetales de diferentes colores para aumentar el consumo de fitoquímicos contenidos en las plantas.
  3. Consumir cereales integrales para asegurar el correcto aporte de hidratos de carbono de lenta absorción. Principalmente en las primeras horas del día. Evitar refinados y los cereales con gluten.
  4. Consumir una cantidad adecuada de proteínas y calorías para mantener un peso saludable, enfatizando el consumo de proteínas a partir de legumbres, pescado, frutos secos, semillas y huevos ecológicos.
  5. Aumentar el consumo de grasas omega 3 y monoinsaturadas. Incluir el aceite de coco en el plan de comidas.
  6. Sustituir la leche, el queso y los helados por alternativas no lácteas como la bebida de almendras, arroz, avena o quínoa.
  7. Evitar azúcar y alimentos de alto índice glucémico. Consumir las frutas y las alternativas saludables de edulcorantes como la melaza de arroz o estevia cuando haya apetencia por dulces.
  8. Beber abundante agua durante los tratamientos. Las bebidas más adecuadas agua filtrada, infusiones, té verde y licuados verdes para mantener la hidratación.

El asesoramiento nutricional durante todo el tratamiento es necesario para asegurar la adhesión al cambio nutricional, es importante asegurarse un correcto estado nutricional en los distintos momentos del tratamiento (debido a que este puede variar), hacer las recomendaciones de actividad física oportunas y ayudar en todo momento al paciente a llevar a cabo el cambio de estilo de vida.

Elisa Blázquez Blanco, Responsable del Departamento de Nutrición de la Clínica Medicina Integrativa
Comentarios
* No se publicará la dirección de correo electrónico en el sitio web.
ESTE SITIO FUE CONSTRUIDO USANDO